Antonio Rivero Taravillo
(1963) dirige en la revista
Estación Poesía, del Centro de Iniciativas Culturales de la Universidad de
Sevilla. Traductor de muchos de los más importantes poetas en lengua
inglesa, novelista, ensayista, biógrafo de Luis Cernuda y de Juan Eduardo
Cirlot, ha publicado diecisiete libros de poemas, el más reciente de los
cuales es Luna sin rostro (Pre-Textos). Entre los premios que ha recibido
están el Comillas y el Antonio Domínguez Ortiz, ambos de biografía, por
sus trabajos sobre Luis Cernuda y Juan Eduardo Cirlot, respectivamente; el
Ciudad de Lucena Lara Cantizani y el Ciudad de Alcalá de poesía; el Premio
Andaluz a la Traducción Literaria, o el Rafael Pérez Estrada de aforismos. |
UN CONQUISTADOR |
A diferencia
de otros que
nacieron en España
(“cuando los
dioses nacían en Extremadura”)
y murieron en México,
este hombre,
o acaso dios
tronante o semidiós,
nació en la
Nueva España,
pariente de
Cortés y Moctezuma,
en la también
naciente Zacatecas.
Capitán General
del muy lejano
Reino de Santa
Fe de Nuevo México
que él fundara
con saña y con furor,
aún corría el
siglo XVI
cuando sus
gestas fueron apilándose
igual que oro,
plata o esmeraldas;
contemporáneo de
Shakespeare y Cervantes,
que no pudo
cruzar la Mar Océana
como era su
ambición,
merced de una
vacante que no vino.
Ningún inglés pisaba todavía
hierba de
aquella inmensidad
cuando él
desovilló, leguas y leguas,
el Camino Real
de Tierra Adentro.
De allí,
explorador y codicioso
de riquezas que
en sueños ya tocaba,
fue a la
fertilidad de las Llanuras
y al río
Colorado y sus quimeras.
Murió en el
pueblo en que nació mi padre,
al pie del Pozo
Rico, así llamado.
Y antes,
aventuras y proezas
rebozadas de
crímenes e infamias,
mutilaciones,
luchas y victorias.
Un hombre de una
pieza, un diablo entero
derramador de
sangre y de pasiones,
amputó los pies de los indígenas rebeldes.
el Rey lo
castigó, pero más tarde
regresó a las
andadas
pues no amputaron nunca al que amputo
los pies de los
indígenas rebeldes.
Al expirar,
recordaría
praderas, el Río
Bravo del Norte,
minas, indios
pueblo, arcabuzazos,
búfalos y
coyotes, más los cactus
del tamaño de su
espinosa ambición.
En dónde está su
tumba, no se sabe.
Tal vez el
mineral que persiguiera
hoy lo acoge en
su seno generoso
igual que una
moneda en una bolsa,
y desde el otro
lado del azogue
(el mismo de
Almadén que inspeccionara)
reúna nacimiento
y defunción.
De aquel aliento
épico, aquí queda
un soplo de lo
lírico
entre versos mellados.
De tanto
cabalgar por los desiertos,
su vida la borró
una polvareda.