viernes, 12 de enero de 2024

REVISTA Cutura de VeracruZ 142

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REVISTA 142




Antonio

Enrique

VIENDO CAER

LA TARDE

(Selección)

 

Antonio Enrique (Granada, 1953), de la Academia de Buenas Letras de Granada, es autor de una vasta obra en los géneros de poesía, narrativa, ensayo y crítica literaria. Como poeta, ha publicado dieciséis libros, siendo los últimos Santo Sepulcro (1998), El reloj del infierno (1999), Huerta del cielo (2000), Silver shadow (2004) y Viendo caer la tarde (2005). La Armónica Montaña (Akal, 1996), Kalaát Horra (Montraveta, 1991; reimpresa Las praderas celestiales Comares, 1999), La luz de la sangre (Osuna, 1997; Quadrivium, 2008), El discípulo amado (Seix Barral, 2000) y Santuario del odio (Roca, 2006) constituyen sus novelas, siendo autor, asimismo, de Cuentos del río de la vida (Temas Accitanos, 1991; Ideal, 2003). Su labor de crítica literaria está contenida en unos cuatrocientos comentarios, en revistas y prensa especializada. Como ensayista, finalmente, cuenta con los libros Tratado de la Alhambra Hermética (1988, 1991 y 2005; versión inglesa, 2007), Los suavísimos desiertos (2005) y El laúd de los pacíficos (2008).

Viendo caer la tarde (Fundación Caja Rural del Sur, Granada, 2006). Crisálida sagrada (Cajasur, Córdoba, 2009). Cisne esdrújulo (Diputación, Granada, 2013).  El amigo de la luna menguante (Carena, Barcelona, 2014). Al otro lado del mundo (El toro celeste, Málaga, 2014). La palabra muda (El gallo de oro, Bilbao, 2018). Los cementerios flotantes (Carena, Granada, 2023). Traducido como poeta a las lenguas habituales y representado en las antologías comunes a su promoción literaria, fue decidido impulsor de la denominada literatura de la diferencia. Reside en Guadix, donde desempeña tareas docentes y está al cuidado del aula Abentofail de poesía y pensamiento. En su misteriosa Guadix lo conocimos y descubrimos la sabiduría   de este extraordinario autor, y desde entonces continua su imagen en nuestro pensamiento. Cultura de VeracruZ, entonces editó su número a la Academia de Oriente  .

 

 

 

¿A QUIÉN abrazar? ¿A quién

voy yo a abrazar ahora?

Curiosa observación: cuando se llora de verdad

la lágrima no destila del lagrimal,

sino que brota del ojo entero.

No han parado de chirriar las golondrinas.

Y sí, hoy llegó al fin el presente

con la kipá y el Sidur ha-Merkaf,

el viejo libro de meditación y oración.

¿Cuántas generaciones hubieron de pasar

para poder sin pavor abrirlo

y comprobar sus letras

como huecesillos dispersos del buen Dios?

En algún lugar olerá a nardos,

perpetuamente. En algún lugar

habrá gentes que huelan a nardo,

de tan ligera como tienen el alma.

La casa pareció hundirse

bajo la catarata de golondrinas.

No sólo se llora a veces con el ojo entero,

sino que todo el cuerpo son los ojos.

¿A quién abrazar ahora?

¿Habrá que abrazar a las paredes?

¿Habré de abrazarme a mí mismo?


 

 

 

 

 

 

 

 

 


LA GRACIA de la rama oscilante

cuando el pájaro acaba de saltar.

El gozo del sol dando en el hueco

de las alas del pájaro en el aire.

Y ese milagro del trasluz

de la migaja que llevan en el pico.

Está la tarde a reventar de plenitud.

Se quitan el trino unos pájaros a otros.

Y el agua en las acequias

centellea contra las hojas de los árboles,

transidos mientras la brisa los recorre.

La vida borda sus perfiles,

como la oruga en el huevo teje la seda.

El silencio a sí mismo se devana.

Se movió la rama sin pájaro y sin aire.

El sol se está ocultando.

 

ZAPATOS ROJOS, negros, grises, amarillos;

zapatos de piel, charol, raso, terciopelo,

altos, bajos, duros, livianos,

de fiesta, de invierno y primavera:

los limpio, mientras voy limpiando

mi vida y la tuya de tantas equivocaciones.

Sólo esto quedó de ti. Y tus pasos,

que aún no han acabado de extinguirse.

 

Y SI en vez de la luna,

aparecieras tú de repente.

En el horizonte ha quedado

una cinta de espuma reverberante.

A veces ocurre así en el crepúsculo.

Puesto, el sol aún flamea.

Nada de viento, nada de estrellas,

todavía. Calma. Calma

como un mar en que nos hubiéramos

extraviado. Se le ve, al silencio,

la vela que lleva henchida.

Podría irme, volver, sentarme,

levantarme. Y la tarde seguiría

ahí, aplacada sobre el horizonte,

como una mariposa azul gigante.

¿Quién eras tú, que te apareces?

Arriba estás, brillando. Remota.

 

 

 

SE MIRABAN toda la tarde. Estaban

mirándose toda la tarde,

el uno junto al otro, sin hablar.

Quietos, como agazapados bajo el calor

en las tardes interminables del estío.

El sol dibujaba en las paredes

las listas de las persianas echadas.

Se adensaba el sopor en el agobio.

Si acaso, se alzaba una mano

con la toalla al cuello para enjugarse.

Y se estaban así, uno

junto al otro, los abuelos.

No se hablaban, para qué, si estaban

juntos. Respiraban

un mismo aliento, sabían

que uno de los dos moriría antes.

Y qué sería del uno sin el otro.

Huele, la carne vieja cuando suda,

a rosas asfixiándose en un jarrón.

Se miraban. No se hablaban.

La tarde, simplemente, sucedía.

 




REVISTA Cultura de VeracruZ 143

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