In memoriam Hugo Gutiérrez Vega
Guillermo Landa
CONTRA GUIÑO
OLVIDOSO
Ningún RITUAL DE EXEQUIAS
bastaría para bajar contigo a la callada cripta que guarda tus cenizas.
Mientras tu alma siega
vida eterna desenlagriremos todo duelo.
No chiste la canción de
despedida si no cantamos como tu cantabas a tus amigos muertos tan queridos.
Parvo es el tiempo que me queda de senescencia para que
recuerde tus garbosos
poemas, tus joviales reencuentros, tu amistad fortunada, tu saber de “alimentos
terrenales”, tu magistral talante y tus corbatas.
¡AGUR POETA!
Edgar Aguilar
Las serenas
advertencias
El domingo 30 de agosto, se
publicó en el suplemento cultural de La
Jornada, La Jornada Semanal, un maravilloso texto de Francisco Hernández
felizmente intitulado “¡Gutiérrez Vega, a escena!” Feliz porque nos mostraba,
en el Acto Primero, a un soberbio y vigoroso Gutiérrez Vega, “disfrazado de
malabarista”, interpretando nada menos que al profesor Serebriakov, en esa
memorable –opinan quienes la vieron– representación de El tío
Vania, de Chéjov.
El texto de Francisco Hernández, construido como un
pequeño y curioso artefacto escénico-poético, se nos manifiesta, precisamente
ahora, con la reciente pérdida de Hugo Gutiérrez Vega, como algo extrañamente
premonitorio. Uso “extrañamente” en el sentido de excepcional. ¿Acaso una
despedida? Tal vez. Hay una fuerza indefinible que enlaza de manera misteriosa,
secreta, la vida de algunos hombres. Lo que nos lleva a reflexionar: ¿Por qué
apareció justamente ese bello y enigmático texto de Francisco Hernández, con
ese título por demás sugerente, casi revelador, a escasas semanas de la muerte
del otro poeta?
“¡Gutiérrez Vega, a
escena!”, una voz le demanda al también actor. Más, ¿qué voz? ¿A dónde debe de
presentarse el poeta? ¿Qué es lo que debe escenificar? ¿La escena de la vida, o
de la muerte? En el Acto Segundo, dice Francisco Hernández: “Noche a orillas
del río Grijalva, cerca de una iglesia”. Es Villahermosa. Mientras que la
escena –ese espacio infinito que es a la vez tiempo suspendido e inabarcable– transcurre cuando “El poeta Hugo Gutiérrez
Vega contempla el movimiento de las aguas. Viste ropa ligera, propia de climas
cálidos y mira pasar,
con nostalgia, un par de
garzas”. José Carlos Becerra se muestra súbitamente ante él. “El poeta
tabasqueño le dice al de Lagos de Moreno: –Hugo, tal vez la única realidad sin
fisuras sea la del sueño”.
(Tal vez la única
realidad sin fisuras/ sea la del sueño./ En él circulan tomadas de la mano/ la
muerte y la vida, sentencia, lapidario, Gutiérrez Vega en sus Peregrinaciones). El texto de Francisco
Hernández, en constantes alusiones a la muerte (“las curvas de aquella
carretera de Brindisi me hicieron destrozarme por completo, fundiéndome con una
piedra de tropiezo y un hervidero de gusanos”) se transforma en un diálogo a
veces crudo (“Las vejaciones del tiempo nos instalan en el más solemne de los
melodramas”), a veces desolador, pero siempre cordial, entre los dos grandes y
antiguos camaradas que inesperadamente se vuelven a encontrar en la poesía.
Como si, por obra
–y gracia– de Francisco Hernández, José Carlos Becerra, antes de abandonar el
escenario, le anunciara a Gutiérrez Vega: “Sube mejor al viejo ferry. Espera el
sonido de la sirena”. Sube… espera… espera el sonido… el llamado… “¡Gutiérrez
Vega, a escena!” ¿Es allí, entonces, “donde la vida sabe lo que ignoramos”,
el sitio donde habrá de representar el poeta la escena definitiva?
Noche oscura la de
su partida. Aun así, o por eso mismo, Francisco Hernández concluye, como si de
algo presagiara, con voz casi profética: “Las peregrinaciones de Gutiérrez Vega
son esparcidas por los vientos teatrales, como serenas advertencias.” &
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