viernes, 30 de abril de 2021

REVISTA 125 Cultura de VeracruZ

 

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Any Villegas

El perro

que cruza

el río

 


Por las tardes le cantaba a María pero a ella no le gustaba mi canto, decía que la trova es el refugio de los malqueridos, de los abandonados y los intelectuales. Tampoco le gustaban mis ojos ni mucho menos mi mirada, porque según ella era un torrente de melancolías que se clavaban como agujas en los rincones de su alma.- ay María.- Le decía, soltando un suspiro y una sonrisa a la vez.- Usa las enaguas más largas no vaya a ser que se te suba un grillo o se te “arrepeguen” las garrapatas del campo, ya vez que aquí cualquier animal se lo quiere comer a uno.- Mas nunca me hizo caso y se ponía las faldas poquito arriba de los huesos donde comienzan las rodillas, y así, con los labios colorados, una flor de maracuyá adornando su oreja izquierda, su viejo morral en la mano derecha y sus huaraches cafés, se iba al mercadito que en la semana ambulaba por las comunidades de la zona (lunes- Jesús Carranza, martes- Colonia Hidalgo, miércoles- Tatahuicapan, Jueves- Mecayapan, Viernes- Monte Grande, sábado- Soteapan y domingos Santa- Martha).

 

-       Así es el sur, María, tendrás veinte años y seguirás viendo las mismas calles enlodadas, las mismas casas de cartón cada vez más desgastadas por las lluvias de junio y los vientos de octubre, los mismos rostros que año con año se han de pintar una arruga para no perder la cuenta del tiempo que transcurre; los mismos viejos sabios, cada vez más viejos, nostálgicos ancestros que en su mortero de barro pasan la tarde moliendo puñados de hierbas secas para curar las heridas del cuerpo y también las del corazón. No, María, aquí el mundo es diferente, como que Dios olvidó pasar sus manos santas por estas tierras lejanas, no hay elotes en las milpas, el río se nos seca, los peces se nos mueren, y allá, muy de vez en cuando, dos o tres mayacastles se dejan atrapar por meritita compasión, que no se diga que los mayacastles no guardan misericordia a estas barrigas hambrientas.

           

Eras luz de luna, María, te colabas en las rendijas de mi humilde jacal y te tendías sobre el tapete que cuando cumplí los ocho me regaló mi abuelita Leocadia, ¡ah! como recuerdo a mi viejecita linda, tejiendo en su telar de cintura y coreando La Marieta.

 

Marieta no seas coqueta

porque los hombres son muy malos

prometen muchos regalos

y lo que dan son puros palos..

 

Te vi, te vi desnuda, y al detener mi mirada en tus pronunciadas líneas te creí una diosa y hasta me atreví a orarte, luego me adentré en tu alma y te sentí tan tibia como los rayos del sol al alumbrar la mañana, eras tú, María, un encuentro secreto entre una tierra desierta y el universo infinito; la reconciliación del hombre con la naturaleza; una vela encendida entre la desaliento de los moribundos. Hubo un beso, tus labios eran de dulce y el vaho de tu boca resucitaba los muertos, una libélula alada se dibujaba en mi cielo mientras una estrella de plata se desvanecía en el ébano de una memoria de olvido.

            Te siento, estás fundiéndote en el fuego de mis brazos, te escucho, gimes ahora como una pequeña gata, no, no estás, de golpe me detengo en la melancolía.

           

           Mi querida María, ¿cómo fue que predije que jamás verías el mar? el mar que anhelaste conocer algún día, tenías un sueño, hundir tus pies delgados en la arena mojada de su prolongada orilla, mi María, ¡¿cómo carajos fui a decir que de esta cárcel de aire uno nunca se libera?! Debí llevarte a conocer el mar, a recoger caracolas.

            Recuerdo cuando a tus quince eras de lluvia y de sol, mojabas y secabas mi embelesado corazón, eras un arcoíris eterno, y ahora un gris lúgubre entinta mis amaneceres, no estás y ya no veo caer el alba.

Hoy es el tiempo donde las aves no vuelan, pero he visto zopilotes alimentarse de cuerpos sin alma, hoy todo navega a horizontes perdidos, lugares con sol de agua y estrellas de carbón, ya no siento, he dejado de ser.

 

Los dioses me han transformado en lava ardiente y furiosa, en la penumbra y el miedo, me han quitado las alas y he caído al precipicio donde yacen las almas del purgatorio, al puente que cruza del infierno a la tierra, que más infierno que éste que traigo atorado en el corazón, por ti, mi santa María, mi muy amada niña, te fuiste hace muchos años y sólo quisiera saber quién te llevó al río, quién te dejó al olvido entre el agua dulce del ato, hubo quien escucho tus gritos, tus lamentos, tus sollozos, pero nadie te salvó de los estragos de la vida: la agonía, la muerte, pero yo quiero que sepas, que te esperaré, mi santa, esperaré a que un perro te cruce el río y pueda volverte a ver.

            Mi mextli tonalli, cuanto te quiero.

 

 

 

 

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