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Revista de Literatura Contemporánea
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Alberto Hernández Vásquez
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REVISTA Cultura de VeracruZ, Año XXIII, No. 124, Noviembre /
Diciembre
2020, es una publicación bimestral. |
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terminó de imprimir el 26 de diciembre de 2020, con un tiraje de 1000 ejemplares.
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INDICE
2 Adán Cabral Sanguino
4 Pedro M. Domene
6 Edmundo López Bonilla
Redescubriendo un niño
11 Pichi
12 Carlos Roberto Morán,
Medio
siglo con Borges, de
Mario
Vargas Llosa
14 El revés de
la trama de Graham Greene
16 Marco Antonio Acosta
Rebeldes lamentaciones de
Rosarioi Castellanos
19 Ernesto Paz León
De
moteles y otros rincones del deseo
PICHI
Edmundo López Bonilla
No he podido establecer de
qué modo Pichi llegó a la casa. Quizá fue un regalo para Amina; o un deseo
cumplido a Renato; o un encaprichamiento de Eliseo. Acaso, Silvina lo admitió
como recuerdo de los dos gatitos, que recién casada tuvo en el rancho. A la
distancia de los años, me parece que llegó como llegan, traídas por las ráfagas
de viento, esas semillitas gráciles desprendidas de aquellas esferas del Diente
de León cuyos sutiles pelos la sostienen y la mecen suavemente siguiendo la
derrota invisible de las corrientes. Pueden ser cualquiera de esas
posibilidades.
Por la razón que fuese,
Pichi, desde el primer día, fue dueño de la casa. Paseaba su menuda figura,
algunas veces con andares cautelosos, indagando no sé qué; otras, deambulaba
con la confianza de quien se sabe poseedor de algo, y ese algo era todo el
territorio que descubrían sus ojos:
muebles, las personas.
Algún día no apareció
cuando le silbé, pensé que más tarde se presentaría, como muchas veces lo hizo,
cuando por fin el sueño lo soltara de su tibio abrazo, que estiraría todos sus
músculos mientras bostezaba y el pelo del lomo se le erizaba y
aun las minúsculas garras asomarían por entre los colchoncitos de las patas.
Porque esa es una de las últimas imágenes que han pervivido a través del
tiempo.
Cuando miro las películas
en las que sus primos, menudos o enormes, acechan a sus presas en ese sigiloso
acoso hecho de silencio, acude a mi mente la otra imagen: la de Pichi, y vuelvo
a recordar cómo se deslizaba con cautela, como en una burbuja de silencio; cómo
sus ojos no perdían de vista su objetivo; cómo las orejas se movían captando
los ruidos; cómo había saltado sobre el escritorio y cómo se había convertido
en una peluda estatua que sabía que aquel ruido, ese movimiento se reanudarían,
mientras, únicamente se adivinaba la vida en el leve juego de sus pupilas y un
casi imperceptible oscilar de la terminación de la
cola, y el ataque ocurriría cuando alguno de mis dedos hiciera saltar la
primera tecla, y entonces la estatua cobraría vida.
Ganado por el instinto de
la caza, los tibios cojincitos de las patas caían sobre el dedo que fugazmente
tocaba una y otra y otra tecla… y así seguiría en ese juego de ruido y
movimiento, que interrumpía el juego de mis ideas y su materialización en el
papel. Arriba y abajo, a la derecha, a la izquierda, su
mirada
atenta
guiaría la pata
que trataba de apresar los dedos que veloces, se
desplazaban sobre las letras, para formar las hileras de palabras que
finalmente serían el reflejo de mi pensamiento.
El tiempo transformó al
cachorrito en gato joven, su adolescencia le hizo cambiar sus hábitos y
descubrió que el mundo se extendía fuera de su casa. De una de tantas
excursiones no regresó. Nuevos amores o peligros desconocidos lo desterraron
del territorio de su cachorrez.
Hoy he podido escribir esto
sin interrupción porque hace mucho tiempo ese algo se lo llevó. Pero en la
evocación, sigo recordando el vibrar casi eléctrico de su pelaje gris manchado
de blanco al iniciar el acecho, los ojos amarillos de mirada inquisitiva, los
radares de las orejas orientados al sonido y el salto de minino casi de juguete
en afán de atrapar los dedos que se escapaban sobre el teclado de la vieja
Olivetti. Pequeñito y ágil… porque así vuelve siempre a mi imaginación.
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