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Fernando de Villena
José Lupiáñez regresa con una mayor hondura filosófica
Sin hiperbolizar afirmo que José Lupiáñez es uno de los poetas más importantes de nuestro tiempo. Desde la aparición en 1975 de su primer poemario hasta el presente se han ido sucediendo títulos suyos, algunos avalados con notables premios. Fue uno de los fundadores de la Poesía de la Diferencia y pertenece a la Academia granadina de las Buenas Letras y a la Academia Hispanoamericana de las Buenas Letras. Hoy ya está en librerías su nuevo libro Las formas del enigma*, un poemario variado, denso, excesivamente grande en este tiempo de minucias y mediocridades, una poesía que se alza como un grial de oro para permanecer y abrir camino a las nuevas voces. En sus páginas hay un predominio casi absoluto de versos alejandrinos que se encabalgan con suavidad y que al tiempo que crean una armoniosa cadencia, se adaptan bien al tono narrativo del libro. Claro que tampoco faltan en el mismo algunos juegos poéticos en versos de arte menor como un romance de tono lorquiano o unas coplas de pie quebrado.
Las formas del enigma es una obra de recuento, vital, elegíaca. “La juventud se ha ido, pero no sé por dónde,/ gastada en los altares de la belleza efímera”, escribe el poeta. Estamos ante una poesía de gran hondura, más filosófica y reflexiva que la de otros textos del autor, aunque no por ello ha desaparecido aquí la sensualidad que le es propia, ese derroche de impresiones táctiles y olfativas características de su percepción de la realidad.
El mar cobra ahora un gran protagonismo. José Lupiáñez lo observa al detalle y ya no es la luz cenital la que centra su atención, sino el amanecer, la naturaleza que despierta y le comunica sus secretos. Nos hallamos ante el paisaje de Motril, su vega y sus playas.
El erotismo, otra de las claves de la lírica del poeta se acentúa en muchos poemas de este libro, un erotismo sutil, elegante, profundo, con metáforas siempre nuevas (“Fuera sigue la lluvia repicando y dentro ya de ti/ va mi relámpago”), con una cadencia de minué dieciochesco. En ocasiones, el erotismo aparece desde una perspectiva voyeurista. Así lo vemos en el poema “Bañista”, ejemplo de la fascinación del autor por la belleza.
Hay también en Las formas del enigma varios poemas de viajes con el exotismo oriental (“y en el jardín de jade canta escondido/ el pájaro más sabio su tristeza infinita”). Son poemas casi narrativos, neomodernistas, con guiños y referencias literarias. Neomodernista también es el texto “Fábula profana”, un inquietante relato en verso, de muy subido erotismo, donde la música se logra mediante la bimembración y el acertado uso del asíndeton y el polisíndeton.
Tampoco faltan poemas deliciosos, vividos con intensidad y nostalgia, como los titulados “La trama celeste”, “Rebelión en las aulas” o “La casa encantada”. En estos y otros poemas vivenciales el poeta trasciende sus experiencias con la elegancia verbal. De este modo cuenta y vela su intimidad con metáforas que se encadenan y un léxico siempre escogido. Hay también un hermoso poema de homenaje al poeta amigo Mauricio Gil Cano y otros de índole más espiritual.
Pero en su estructura profunda, Las formas del enigma supone el testimonio de una crisis, de una “desazón/ que es la certeza de una bruma interior”. El libro se encuentra impregnado de dramatismo, de angustia, de oscuros presentimientos, de soledad, de inquietud.
Frente a “los alimentos terrestres” que dominan muchas páginas de la obra, la parte final se hace apocalíptica, existencial, y representa la rebelión del poeta ante su propio destino y el de la Humanidad (posiblemente estos últimos poemas lleguen condicionados por la pandemia). Cierra el libro una desengañada plegaria profana con versos derramados que a veces nos evocan a Aleixandre, y una elegía.
En suma, Las formas del enigma es un poemario para ser subrayado casi por entero, un nuevo hito en la brillante trayectoria de este autor imprescindible.
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