Edgar Aguilar
"Me parece que al
llegar a la vejez, esa palabra maldita, cuando uno ve con lejanía la infancia,
la adolescencia, los grandes asombros de esos períodos, la felicidad intensa de
entonces, de la que no acaba uno de darse cuenta, se comienza también a percibir
el pasado como un sueño, una niebla. Nuestro presente y eso que damos en llamar
la realidad es sólo la continuidad de ese sueño”, responde Sergio Pitol a Pedro
m. Domene en una entrevista que el crítico español le realizara hace poco más
de una década –aún no se le concedía a aquél el Premio Cervantes–, y que se
trascribe de manera íntegra en el presente número de homenaje-aniversario por
los ochenta años del autor de El viaje.
No deja de asombrar la claridad de pensamiento de
la que hace gala Pitol (contaba a la sazón sesenta y nueve años años) en esta
muy interesante charla. Enumera sucesos de su vida en los que confluyen
ciudades europeas, autores, libros, infancia, aspectos de su obra y singulares
anécdotas que da la impresión de que en ese instante los trajera anotados en
algún escondrijo de su siempre elegante vestimenta. Sabemos, sin embargo, que
la obra de Pitol es de igual forma un viaje dentro y fuera de sí mismo, como un
vastísimo compartimento en el cual abarcar todo tipo de afirmaciones sobre la
condición inmensamente creativa de este admirable hombre universal de las
letras.
Mas
¿qué hizo tan particular la obra de Sergio Pitol desde sus inicios? Pues acaso
de modo similar a otro formidable “excéntrico”, Witold Gombrowicz, a quien
Pitol conoció muy bien básicamente a través y a partir de la traducción de
libros como Bacacay, Cosmos o Diario argentino, nuestro
homenajeado, quien “siempre se mantuvo firme a las enseñanzas del maestro
polaco” (Raúl Hernández Viveros en su ensayo “Aniversario de Sergio Pitol”),
aseveró en cierta ocasión: “aunque en verdad haya caído en una extraña
frivolidad, al menos veo muy claro y sé que debemos abrir nuevos horizontes”.
Lo primero como una respuesta burlona a algunos de sus críticos (hubo quien se
ensañó, por ejemplo, con su novela Domar a la divina garza); lo segundo,
como una auténtica convicción de hacia dónde dirigir su trabajo, que desarrolló
con creces hasta llegar a formas insospechadas dentro del panorama literario en
lengua española de los últimos tiempos.
El
número se complementa con un escrito biográfico de Cristina Davó Rubí sobre
Pitol, una selección de poemas de Mariana Ruiz Flores, Javier Morales Rosas,
Óscar Coyotl, Naaras, Valderrama y Katia Palacios, así como un relato
notablemente defectuoso de José Ángel Palacios Castañeda. Carlos Roberto Morán
ofrece en cambio dos excelentes reseñas de Una vacante imprevista y Cuervos,
de J.R. Rowling y John Connolly, respectivamente. María del Rocío González
Serrano colabora con el texto de presentación de Cultura de VeracruZ en la pasada feria de Minería. Cierra este
número especial una emotiva semblanza a cargo de Pedro M. Domene dedicada al
gran cuentista español Medardo FraileÞ, recientemente fallecido.&
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