jueves, 4 de julio de 2019

REVISTA 107

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            Jesús Miguel Montes

LAS PALABRAS
Cuentan -y quienes cuentan son aquellos que saben-, que hubo una vez un día en que en el mundo sólo habitaban seres mudos. Se comunicaban por señas y señales. El sonido de las palabras no existía. Alguien, por inspiración error o miedo a la soledad y el vacío de la quietud del silencio, produjo unos gruñidos que repitieron otros. Tum-tum. Y como un eco los demás repitieron tum-tum. Así se abrió el silencio y de su herida surgieron las palabras. El mundo comenzó a complicarse. Nuestra especie, comenzó a ser extraña entre los seres vivos. Poco a poco nos fuimos alejando de nuestros compañeros. Nuestros hermanos comenzaron a sospechar de nosotros. Ya no éramos iguales.
           Así empezó a escribirse la historia de las palabras. Así empezamos a creer que somos diferentes y especiales. Dicen que las palabras nos han llevado tan lejos, que su extrañeza ha inventado cuentos donde nos creemos reyes y príncipes, y no sé qué tantas cosas más. Al parecer, las dichosas palabras, son las causantes del inicio de su destrucción y su debacle. Las palabras han sido las que forjaron la tragedia. La gran tragedia humana. Debimos haber seguido siendo mudos. Sin cantos ni canciones.
El mundo y la Naturaleza, son los mejores cantos y la mejor canción. Las palabras complican la existencia. Y por eso tratamos de hermosearla. Pero las palabras saben que son falaces, pues nunca dicen o logran decir aquello que se espera de ellas. Las palabras son mentirosas. Son una hermosa fantasía. Hermosas mentiras. Mienten, para ocultar a los humanos lo cruel o lo simple de una verdad. Creemos que adornando nuestras intenciones nos volveremos más interesantes o más precavidos. Pero siempre, tenemos miedo a quedar en desventaja si hablamos llanamente.
A los seres humanos nos gustan las mentiras. Sobre todo, si estas son hermosas, como los poemas y las canciones. El amor es el más creativo en estos casos. Mentimos para amar y ser amados. Las mentiras geniales, suelen ser muy inteligentes y creativas pero no dejan de ser mentiras. Nos encantan las palabras, aunque estas nos mientan y nos engañen, porque a su abrigo nos sentimos mejor. Y aunque sepamos que podemos vivir engañados por las palabras, ellas son las que nos hace humanos. No tenemos de otra. Las palabras nunca dicen la verdad. Por eso son unas eternas mentirosas. Y a veces son muy crueles. Por eso, disfrazar una cruel verdad con una hermosa mentira, nos vuelve a todos muy dichosos. Pero disfrutar de la dicha de las palabras, por ejemplo de un poema, es una virtud que no cualquiera alcanza. Por ello, entusiasmémonos con sus olores y sabores; un pan que no ha sido horneado para cualquiera. Los amantes del poema lo saben muy bien.
Las palabras nos traen muchos disgustos; porque siempre se encuentran en deuda con aquello que intentan decir. Son un adorno y un desperdicio. La saliva que gastamos al pronunciarlas pocas veces logra su cometido. Quizá un mundo sin palabras nos vendría mejor. Así no habría poetas mentirosos. Así, la vida se abriría paso en pos de su verdad; pues las palabras sólo son un obstáculo. Es mejor el lenguaje de los cuerpos, para decir te quiero y tengo hambre de ti. El amante sólo busca yacer entre los brazos de su amada y que sus cuerpos hablen para comunicarse su amor. Un beso es más hermoso y más sabroso que la palabra beso.
Los niños quieren dulces y helados y alegrías. Punto. O una buena ración de pastel de chocolate. Pedirlo, puede llegar a ser una exageración. Las genuflexiones infantiles, tratando de hacerse de un trozo de sandía, pueden llegar a la crueldad. Ellos quieren pastel. Pedirlo y pedir autorización nos lleva a la cultura y a lo social que, inevitablemente, hay en nosotros. Somos seres sociales y con normas; que hemos llegado a ello a través de las palabras. De nosotros depende, que las palabras nos hagan más hermosa la existencia, aunque puedan mentirnos muchas veces.
El conflicto de la vida humana se introdujo a través de una palabra. Pero este conflicto también puede resolverse, y ser maravilloso, con las palabras. Una cálida y hermosa palabra puede dotarnos de la alegría de vivir y seguir en este mundo. Un mundo que, por supuesto, se encuentra preñado de palabras. Porque, o bien las palabras sólo son un maravilloso invento humano o una estrategia para pasar mejor la vida. Por eso, deberíamos recordar que las mejores palabras no son aquellas que designan cosas hermosas, sino aquellas que tienen las mejores intenciones.
Quizá no exagero, si digo que las pinches palabras tal vez nunca logren el cometido de que, los seres parlantes de este mundo, nos llevemos mejor. Porque quizá, cuando digo te amo, es posible que te quedes pensando que te miento. Así son las palabras. Así somos los seres humanos. Nunca tenemos la seguridad de nada. Hasta que alguien nos viene a comunicar que desalojemos la casa que habitamos. O, en lugar de una palabra hermosa, te ofrecen un beso y un abrazo como una linda prueba de que algo sienten por ti.
Nosotros, hemos inventado el sentimiento y la palabra hipocresía. En este sentido, los animales siempre expresan lo que están sintiendo. Nunca falsean un deseo. Tampoco son embusteros, ni pedantes, a la hora de tomar decisiones. Y casi siempre logran lo que se proponen. Los animales, también en este sentido, son honestos por naturaleza. Sus miedos y su valentía siempre son reales. Casi nunca se refugian en excusas o perdones. Eso sólo es humano, demasiado humano.
Los rituales humanos suelen alejarnos de lo esencial. Y lo esencial es la vida y su cuidado. Los rituales nos alejan, porque siempre buscamos quedar bien con los demás, antes que con nosotros mismos. Y casi siempre falseamos algo porque, desde la infancia, nos han enseñado a dar rodeos a través de las palabras. Pues muchas veces, la palabra amor huía a esconderse, ante el impacto de un desaire o una sonrisa malévola. Falseamos nuestras necesidades, y el modo de satisfacerlas, acudiendo a la mentira y el engaño. Pero las palabras no dejan de sorprendernos por todo lo que hemos logrado hacer con ellas. Han sido el inicio de lo que nos ha convertido en seres humanos, y serán, siempre, la única prueba de nuestra propia humanidad.
Y así, finalmente, diría que las palabras, son el intento, desesperado, con el que pretendemos encontrar refugio ante nuestra angustiante soledad. Recuerda que las palabras son hermosas, cuando sus intenciones también lo son. Y que decir “te quiero un chingo” es mejor cuando lo expresas con honestidad que un “te quiero mucho”, vacío y sin sustancia.






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