Jesús Miguel Montes
LAS PALABRAS
Cuentan -y quienes
cuentan son aquellos que saben-, que hubo una vez un día en que en el mundo
sólo habitaban seres mudos. Se comunicaban por señas y señales. El sonido de
las palabras no existía. Alguien, por inspiración error o miedo a la soledad y
el vacío de la quietud del silencio, produjo unos gruñidos que repitieron
otros. Tum-tum. Y como un eco los demás repitieron tum-tum. Así se abrió el
silencio y de su herida surgieron las palabras. El mundo comenzó a complicarse.
Nuestra especie, comenzó a ser extraña entre los seres vivos. Poco a poco nos fuimos alejando de
nuestros compañeros. Nuestros hermanos comenzaron a sospechar de nosotros. Ya
no éramos iguales.
Así empezó a escribirse la historia
de las palabras. Así empezamos a creer que somos diferentes y especiales. Dicen
que las palabras nos han llevado tan lejos, que su extrañeza ha inventado
cuentos donde nos creemos reyes y príncipes, y no sé qué tantas cosas más. Al
parecer, las dichosas palabras, son las causantes del inicio de su destrucción
y su debacle. Las palabras han sido las que forjaron la tragedia. La gran
tragedia humana. Debimos haber seguido siendo mudos. Sin cantos ni canciones.
El
mundo y la Naturaleza, son los mejores cantos y la mejor canción. Las palabras
complican la existencia. Y por eso tratamos de hermosearla. Pero las palabras
saben que son falaces, pues nunca dicen o logran decir aquello que se espera de
ellas. Las palabras son mentirosas. Son una hermosa fantasía. Hermosas
mentiras. Mienten, para ocultar a los humanos lo cruel o lo simple de una
verdad. Creemos que adornando nuestras intenciones nos volveremos más
interesantes o más precavidos. Pero siempre, tenemos miedo a quedar en
desventaja si hablamos llanamente.
A
los seres humanos nos gustan las mentiras. Sobre todo, si estas son hermosas,
como los poemas y las canciones. El amor es el más creativo en estos casos.
Mentimos para amar y ser amados. Las mentiras geniales, suelen ser muy
inteligentes y creativas pero no dejan de ser mentiras. Nos encantan las
palabras, aunque estas nos mientan y nos engañen, porque a su abrigo nos
sentimos mejor. Y aunque sepamos que podemos vivir engañados por las palabras,
ellas son las que nos hace humanos. No tenemos de otra. Las palabras nunca
dicen la verdad. Por eso son unas eternas mentirosas. Y a veces son muy
crueles. Por eso, disfrazar una cruel verdad con una hermosa mentira, nos
vuelve a todos muy dichosos. Pero disfrutar de la dicha de las palabras, por
ejemplo de un poema, es una virtud que no cualquiera alcanza. Por ello,
entusiasmémonos con sus olores y sabores; un pan que no ha sido horneado para
cualquiera. Los amantes del poema lo saben muy bien.
Las
palabras nos traen muchos disgustos; porque siempre se encuentran en deuda con
aquello que intentan decir. Son un adorno y un desperdicio. La saliva que
gastamos al pronunciarlas pocas veces logra su cometido. Quizá un mundo sin
palabras nos vendría mejor. Así no habría poetas mentirosos. Así, la vida se
abriría paso en pos de su verdad; pues las palabras sólo son un obstáculo. Es
mejor el lenguaje de los cuerpos, para decir te quiero y tengo hambre de ti. El
amante sólo busca yacer entre los brazos de su amada y que sus cuerpos hablen
para comunicarse su amor. Un beso es más hermoso y más sabroso que la palabra
beso.
Los
niños quieren dulces y helados y alegrías. Punto. O una buena ración de pastel
de chocolate. Pedirlo, puede llegar a ser una exageración. Las genuflexiones
infantiles, tratando de hacerse de un trozo de sandía, pueden llegar a la
crueldad. Ellos quieren pastel. Pedirlo y pedir autorización nos lleva a la
cultura y a lo social que, inevitablemente, hay en nosotros. Somos seres
sociales y con normas; que hemos llegado a ello a través de las palabras. De
nosotros depende, que las palabras nos hagan más hermosa la existencia, aunque
puedan mentirnos muchas veces.
El
conflicto de la vida humana se introdujo a través de una palabra. Pero este
conflicto también puede resolverse, y ser maravilloso, con las palabras. Una
cálida y hermosa palabra puede dotarnos de la alegría de vivir y seguir en este
mundo. Un mundo que, por supuesto, se encuentra preñado de palabras. Porque, o
bien las palabras sólo son un maravilloso invento humano o una estrategia para
pasar mejor la vida. Por eso, deberíamos recordar que las mejores palabras no
son aquellas que designan cosas hermosas, sino aquellas que tienen las mejores
intenciones.
Quizá
no exagero, si digo que las pinches palabras tal vez nunca logren el cometido
de que, los seres parlantes de este mundo, nos llevemos mejor. Porque quizá,
cuando digo te amo, es posible que te quedes pensando que te miento. Así son
las palabras. Así somos los seres humanos. Nunca tenemos la seguridad de nada.
Hasta que alguien nos viene a comunicar que desalojemos la casa que habitamos.
O, en lugar de una palabra hermosa, te ofrecen un beso y un abrazo como una
linda prueba de que algo sienten por ti.
Nosotros,
hemos inventado el sentimiento y la palabra hipocresía. En este sentido, los
animales siempre expresan lo que están sintiendo. Nunca falsean un deseo.
Tampoco son embusteros, ni pedantes, a la hora de tomar decisiones. Y casi
siempre logran lo que se proponen. Los animales, también en este sentido, son
honestos por naturaleza. Sus miedos y su valentía siempre son reales. Casi nunca
se refugian en excusas o perdones. Eso sólo es humano, demasiado humano.
Los
rituales humanos suelen alejarnos de lo esencial. Y lo esencial es la vida y su
cuidado. Los rituales nos alejan, porque siempre buscamos quedar bien con los
demás, antes que con nosotros mismos. Y casi siempre falseamos algo porque,
desde la infancia, nos han enseñado a dar rodeos a través de las palabras. Pues
muchas veces, la palabra amor huía a esconderse, ante el impacto de un desaire
o una sonrisa malévola. Falseamos nuestras necesidades, y el modo de
satisfacerlas, acudiendo a la mentira y el engaño. Pero las palabras no dejan
de sorprendernos por todo lo que hemos logrado hacer con ellas. Han sido el
inicio de lo que nos ha convertido en seres humanos, y serán, siempre, la única
prueba de nuestra propia humanidad.
Y
así, finalmente, diría que las palabras, son el intento, desesperado, con el
que pretendemos encontrar refugio ante nuestra angustiante soledad. Recuerda
que las palabras son hermosas, cuando sus intenciones también lo son. Y que
decir “te quiero un chingo” es mejor cuando lo expresas con honestidad que un
“te quiero mucho”, vacío y sin sustancia.
No hay comentarios:
Publicar un comentario